Llevo haciendo uso relativamente intensivo de Internet desde la época de los módems a 56 Kbps, los chats de IRC y Terra Lycos. Mantuve durante años varias «bitácoras» en Blogger, tengo perfil en facebook y en Twitter desde 2008 y he tonteado con Instagram, Google+, Pinterest o YouTube. Incluso con redes poco conocidas como Mastodon, Nextdoor, ClubHouse o Twitch/Discord.
Siempre me han interesado las redes sociales y estudié un Máster de Marketing 3.0 y Social Media Management en 2016. He sido muy activo en las redes sociales mayoritarias y he asesorado a clientes, posteado por encargo y gestionado cuentas — propias y de terceros — durante años.
Y ha llegado el momento de dejar de hacerlo. He tomado la decisión de considerar los servicios relacionados con las redes sociales como secundarios en mi catálogo. Mis esfuerzos irán orientados en otra dirección. Porque las redes sociales ya no son un terreno en el que me sienta cómodo y, siendo honesto, no puedo recomendar a un posible cliente que desarrolle ninguna estrategia en ellas.
No, no es algo de ahora
Esta decisión, relativamente drástica, no es fruto de un desengaño amoroso, un beef o una hate wave — enfrentamiento dialéctico en redes y acoso masivo, respectivamente —, sino de un lento proceso que se ha ido acusando con el paso del tiempo. Ya en 2019 decidí dejar de postear en mi perfil personal de facebook, para centrarme en un perfil profesional al que, honestamente, tampoco presto demasiada atención.
Aunque me interesó mucho en su momento Instagram, este interés decayó cuando dejó de ser una aplicación orientada a la fotografía para transformarse en un escaparate audiovisual destinado a marcas, influencers, jóvenes exhibicionistas y amantes del golpe de cadera Tik Tokera. Actualmente me recuerda más a la MTV que a una red social, según las entiendo.
Aunque mi perfil de LinkedIn está activo y actualizado, a día de hoy sigo sin saber si realmente tiene utilidad y jamás he iniciado ninguna relación laboral o proyecto a través de esa vía. Igual que a mí le sucede a muchos colegas especialistas, que incluso toman a la «red profesional» como diana de sus mofas y memes.
La única red donde soy activo y permanezco presente es Twitter. E incluso en ese contexto he de reconocer que necesito descansos regulares, porque el nivel de toxicidad, odio, polarización y desinformación hacen ese entorno irrespirable. Algo que se replica en las demás redes sociales con mayor o menor intensidad. Si alguien que conoce las redes les da la espalda ¿cómo trabajar en ellas junto a otras personas?
La puntilla es la salud mental
El principal obstáculo con el que los social media managers lidiamos de forma recurrente e histórica es el desconocimiento del entorno por parte de quien solicita tus servicios. He escrito de ello en varias ocasiones y esto no es más que una muestra de mis infructuosos intentos por «educar» a mis potenciales clientes. Como dice una buena amiga
«Si tengo que dedicar más tiempo a justificarme y explicar el por qué de mi trabajo que al trabajo en sí… algo no funciona. Ese tiempo no me lo van a pagar»
Y es cierto, la actividad profesional en redes sociales siempre ha ido acompañada de cierta aura de frivolidad, de «pasatiempo divertido» y «fácil» al alcance de cualquiera. Por ello nunca se ha valorado el coste que este tipo de servicios conlleva y nunca, nunca, ese trabajo ha estado bien pagado.
Nadie parece entender que detrás de los posteos, los GIF’s y los memes también hay estudio de audiencias, segmentación de públicos, diseño de campañas publicitarias, curación de contenidos, estrategia y planificación.
Pero es que, además, las redes sociales se han desmarcado como herramientas perversas al servicio del poder. Del económico y comercial, claramente. Pero también del político. No hay sino que ver el importante peso que la red de Mark Zukerberg jugó en el proceso del Brexit, por ejemplo.
Y estas herramientas, además, hacen daño a las personas y a su salud mental. Una investigación reciente del Wall Street Journal, denominada Facebook Files, desvela que la compañía tenía datos que demostraban que una de cada tres mujeres que usaban Instagram presentaban problemas de salud mental relacionados con su autoestima. Y no sólo no hicieron nada al respecto, sino que trataron de ocultar esos datos.
No. Definitivamente, las redes sociales han dejado de suscitar mi interés para desarrollarme profesionalmente a través de ellas. Mantendré las cuentas abiertas porque para miles de personas siguen siendo una vía de comunicación importante y parecen haber olvidado que existen el correo electrónico y la llamada telefónica. Pero, si estás buscando a alguien que te acompañe en esa guerra… mejor búscate a otra persona. Yo prefiero dormir tranquilo.