Spoiler: la creación de contenido se paga

Tengo la enorme suerte de que, hasta ahora, sólo puedo hablar de una buena cartera de clientes. Buena en el sentido de que siempre han pagado las facturas que llevan mi logotipo, mi nombre y mis precios. Todos ellos. ¿Todos? ¡No! Como la irreductible aldea gala, hay una excepción.

El cliente en cuestión vino recomendado por una amiga, que sabía que estaba buscando trabajo y me lo derivó. No pasaba por un buen momento económico entonces, así que me vino como caído del cielo. Correos, whatsapps, presupuesto, características del trabajo,… todo parecía en orden.

El trabajo no era complejo ni extenso, así que cumplí rápido. De hecho, la web de formación a la que fueron destinadas mis piezas aún está en línea. Mis textos aún pueden leerse. Una vez concluida la tarea le pasé la factura correspondiente, de 156,90€.

Desconfía con la primera excusa

Es la única enseñanza que he sacado en claro de la experiencia. Y es que las semanas pasaron y no se hizo el ingreso esperado tras los consabidos treinta días. A los correos amistosos, mensajes y audios de whatsapp se sucedían excusas. Todas ellas sonaban legítimas y creíbles, pero mi situación era apurada, recordemos, y el trabajo ya estaba hecho.

Billetera con cremallera, de la que sobresalen billetes de 50, 20, 10 y 5 euros.

Cuando las buenas palabras se agotaron y el tono de las comunicaciones era algo más tenso mi paciencia se agotó, al no escuchar más que excusas. Algunas, repetidas con diferentes palabras. Otras, de nueva creación. «Si no me puedes o no me quieres pagar dímelo ya, pero no me tengas dando vueltas como un tonto por cien euros». Creo que esas fueron más o menos mis palabras.

La respuesta, tan española, fue de una ofendida y encendida gallardía. No sabes quién soy yo, llevo treinta años trabajando y no he dejado de pagar jamás, no permitiré que un niñato me dé lecciones, etc. Te haces cargo de la película, ¿no? Entendí entonces que no iba a cobrar nunca y lo dejé pasar, con rabia y ese sentimiento de injusticia que no soporto y que veo cada vez con más asuntos cotidianos.

El contenido de calidad tiene valor. Siempre

Seguramente mi cliente moroso tuviera la intención de pagarme. Pero no en treinta días, en sesenta o en noventa, sino cuando le viniese bien. Evidentemente él no era responsable de mis apreturas económicas, como yo no lo era de sus problemas logísticos o su cara dura. El principal obstáculo es que mi trabajo, por norma general no «luce».

Pasa igual con un dibujo, un vídeo, un diseño, una foto, un buen eslogan o un nombre comercial. Con casi cualquier trabajo creativo, en realidad. Un texto no puede tocarse, no tiene un peso que hace ‘clonc’ en un mostrador. Por eso, para muchas personas — conscientemente o no — este tipo de trabajo es «fácil», no tiene valor. Porque «a ti te sale solo y lo haces en un momento».

Precisamente. Lo hago fácil porque estoy entrenado. Llevo millones de páginas leídas, cientos de millones de palabras escritas. Conozco el lenguaje y cómo usarlo — casi siempre, que días malos tenemos todos —. Ese esfuerzo, ese tiempo invertido, esa sensibilidad o picardía lingüística es lo que estás pagando con tu dinero. El trabajo creativo tiene valor, aunque no termines de entenderlo. Por eso los copywriters nos dedicamos a esto.

No es el dinero. Es el respeto

Dos años después de recibir devuelta por el cartero mi última carta certificada, solicitando el pago pendiente, decidí que mi «problema» fuera el problema de otro. Mi deuda ya no es mía, sino de una empresa que se dedica a cobrar pagos no realizados. Nada de personas disfrazadas de mamarrachos, ni pandillas de matones con músculos hormonados y bates de béisbol. Todo amistoso y sonriente. Todo legal, administrativo y por los cauces civilizados. Profesionales, en definitiva.

Brito, ¿Vas a meterte en follones por 150€? Pues sí, mira. Por un lado porque me duele que la única cifra en rojo en mi resumen contable sean esos 150€. Porque soy tan profesional como el moroso, o como quienes ahora lo persiguen vía judicial. Porque ya estoy harto de mirar para otro lado. Y porque me ha costado mucho llegar hasta aquí y aún me está costando más mantenerme.

El proceso monitorio y la comisión que cobrarán los profesionales gestores de deuda dejará mi factura en una cifra testimonial — si es que no se niegan a pagarla, a pesar de las pruebas documentales abrumadoras —. Me da igual, se trata de hacerme respetar. Y de lanzar un mensaje: si me exiges profesionalidad me parece bien, yo voy a demandarte lo mismo, a la hora de pagar. Mi trabajo no es tan importante como el de un médico, pero sigue siendo trabajo y modestia aparte, no se me da mal.

PS: No he dado datos para identificar al moroso porque, ni es necesario, ni ha finalizado el plazo otorgado por los Juzgados para realizar el abono. El proceso monitorio sigue su curso, en los momentos en los que redacto esto.